Introducción de la Monografía "Comentarios sobre los Versos de Oro pitagóricos. La divina Senda de la Perfección".
La
esencia de los hombres es divina, su alma es inmortal. Pero cuando se
olvidan de sí mismos (de su esencia divina), se vuelven mortales.
En
el olvido de sí, el hombre se vuelve “esclavo”,
se encadena. La manera de salir del encadenamiento es a través de la atención, la
conciencia de sí y el trabajo interno que, realizado con perfección, pone al hombre en
contacto con su fuente luminosa[1].
Al
liberarse del encadenamiento, los hombres mueren a la vida humana, para
vivir en la vida divina.
Dioses mortales o inmortales son
substancias distintas. ¿Cómo es posible que una esencia inmortal participe de
la muerte? Cuando se olvida de sí misma. ¿Qué le hace olvidarse de sí misma? La
ignorancia, el deseo, el ensueño.
Por consiguiente, los hombres son dioses
mortales, cuando mueren a su condición divina, al alejarse de sí mismos.
Pero pueden retomar contacto con la Luz. Van y vienen, toman contacto y luego
se olvidan, y es por esa doble condición que le es posible, a la esencia
inmortal, conocer lo mortal.
Esto nos
recuerda (y tal vez aclara un poco), las palabras de Silo en Punta de Vacas, en
2004:
Yo quisiera,
amigos, transmitir la certeza de la inmortalidad. Pero, ¿cómo podría lo mortal
generar algo inmortal? Tal vez deberíamos preguntarnos sobre cómo es posible
que lo inmortal genere la ilusión de la mortalidad.[2]
[1]
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